Nuestra Crítica
Pocos han marcado tanto la historia de la literatura con tan escasa obra como Juan Rulfo, quien, con su breve libro de relatos El llano en llamas y esta condensada novela, de 1955, representa una de las cimas de la narrativa del siglo XX y uno de los pilares de una nueva manera de afrontar la novela.
Su lectura permite un análisis y una interpretación a varios niveles, incluido el mítico. Es una historia amarga y pesimista de amores, anhelos y frustraciones universales, un reflejo de la realidad mexicana, de los caciques y de sus revoluciones, por la que se cuelan reflexiones sobre la vida y la memoria.
Se trata de una lectura exigente para el lector, pero que queda recompensada con creces. Su estructura, necesaria y no gratuita, es, sin duda, lo más llamativo en apariencia; pues no es sólo un experimento. Se distribuye en breves fragmentos cronológicamente desordenados pertenecientes a distintas líneas temporales, con diferentes voces, protagonistas y focos, que se alternan sin aviso y que sólo pueden comprenderse si se es receptivo al concepto de fantástico.
Con un lenguaje seco y árido como el paisaje polvoriento que retrata, la novela es una obra maestra de la concisión. Está dotada de una gran precisión léxica, un cuidado exquisito por el contenido denotativo y, además, de una selección de episodios pasmosa, pues el fragmentarismo permite eliminar lo accesorio.
Pedro Páramo, pues, es una lectura abierta y estimulante, que requiere un lector activo, inquieto, que participe en una de las obras más maravillosas y fundamentales de la literatura universal.
Alberto García-Teresa
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