Nuestra Crítica
No creo exagerada la presunción acerca de que ha de haber, a la fuerza, división de opiniones en cuanto a lo que el movimiento de la new wave ha aportado al fantastique contemporáneo. Gestado por Michael Moorcock y sus secuaces a través de la revista New Worlds, el contexto de una época -los años sesenta- quizá proclive en exceso a los delirios lisérgicos, hubo de condicionar las aproximaciones temáticas, entroncadas gran parte de ellas en torno a un concepto de ?multiverso? en ocasiones vacuo y divergente, de un movimiento a la sazón revolucionario para la ciencia ficción, género que obtuvo sin duda una mayor complejidad, profundidad de enfoque y general calidad literaria gracias a tipos como el mismo Moorcock, Thomas M. Dish, J.G. Ballard, Brian Aldiss o el propio Roger Zelazny. Zelazny fue uno de los máximos exponentes de esta new wave, plataforma que fue testigo de su crecimiento como escritor, hasta el punto de hacerse merecedor de varios premios Hugo en un espacio de tiempo realmente breve. Sin embargo, no es tanto en el ámbito de la ciencia ficción como en el del fantástico entroncado hacia la sword and sorcery, por denominarlo así, que este gran autor alcanza toda su potencial. Me refiero, por supuesto, a la compilación de relatos de Dilvish the Damned y a la saga que nos ocupa, Las crónicas de Ámbar. Se trata de una serie de cinco libros donde, desde el primero, Nueve Príncipes de Ambar, hasta la épica conclusión de Las Cortes del Caos, asistimos al devenir de la ciudad de Ambar, la única ciudad verdadera, de la que cualquier otra urbe no es sino una sombra en un mundo paralelo. Embarcados en los avatares de un destino incierto, sus herederos, los Nueve Príncipes, libran una lucha dinástica y fraticida que aúna rasgos heroicos junto a las más enrevesadas y sórdidas traiciones, formando un vórtice oscuro pleno de aventuras en un amplio compendio de planos espacio-temporales que fluctúan, poco más que un patio de juegos para un grupo amoral de inmortales unidos por lazos de sangre. En este volumen, que ostenta el equívoco título de Las Armas de Avalon, la Factoría de Ideas ha reeditado de manera conjunta los tres últimos libros de la saga, en los que la acción se precipita y la complejidad de la intriga se acrecienta drásticamente al tomar el príncipe Corwin el trono de Ambar, y desencadenar así la serie de acontecimientos que le conducirán a desenredar la espesa madeja de conspiraciones que amenaza la misma existencia de la Ciudad Inmortal, y, por tanto, del resto de mundos sombríos reflejo de ésta. Bajo tales premisas, Zelazny teje una magnífica historia, una de las grandes sagas con que cuenta la literatura fantástica contemporánea, pese a que, para bien o para mal, resulta paradigmática en muchos de los aspectos que caracterizan a la new wave. Embarcado en un hálito contextual deudor de la imaginería medieval de resonancias artúricas, el autor lleva a cabo un impecable ejercicio de estilo, imaginación y oficio, marcado por la espectacularidad creciente, a ratos en exceso pirotécnica, de una narración en la que el suspense se regula de forma ejemplar desde las primeras páginas, en una graduación progresiva e implacable similar a un mecanismo relojero, plenamente moderno y muy alejado de los clichés narrativos y los tópicos que el genero fantástico de sword y sorcery arrastra en herencia del pulp. La amplia pléyade de personajes que maneja Zelazny entronca adecuadamente en una historia marcada en ocasiones por los resabios del folletín, si bien el atractivo carácter egoísta y déspota de la mayoría de éstos se va matizando con el devenir de la trama en una suerte de forzada redención conceptual. Muchos de ellos, sin embargo, se encuentran algo desdibujados, en especial la parte femenina, aun con los evidentes esfuerzos del autor en desarrollar, siempre bajo el prisma de la ambigüedad, a femmes como Fiona, Deirdre o la misteriosa Dara. En posesión de una marcada erudición en cuanto a antiguas leyendas mitológicas y fantásticas se refiere, Zelazny no duda en cohesionar tales conocimientos mediante un estilo de prosa culto, elegantemente paródico en ocasiones, poético siempre. La evocación de paisajes épicos y místicos como telón de fondo para una trama de cierta complejidad, en absoluto confusa sin embargo, resulta acertada y congruente en una historia de resonancias míticas como es la saga de Ambar. No obstante, se arrastra de manera pertinaz un severo defecto, común por otra parte a otras series de similar patrón como la de Elric de Melniboné de Moorcock. Me refiero el uso reiterativo del deus ex machina para solucionar situaciones extremas, contribuyendo a la percepción de desparrame lisérgico que adscriben muchas de las creaciones concebidas en la estela de la ya mentada new wave. En definitiva, tenemos entre manos una de las grandes obras del autor, una saga que, bajo mi punto de vista, goza de un más que merecido estatus de culto. En los tiempos aciagos en que vivimos, vista la sustancial cantidad de basura de género que se publica, (afectuosa mención a la lamentable serie de Waylander de David Gemmell, sólo como ejemplo), siempre es de agradecer la reedición de grandes clásicos como este.
J.F. Pastor Pàris
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